Te traje flores

Roberto sabía llevarle flores a su novia Estefanía. No importaba en qué estación del año estuviera, o si no fuera una ocasión especial, él se las llevaba y ella las recibía.
Inicialmente parecía un detalle encantador. Con el tiempo –como todo aquello que al principio seduce y luego cansa- Estefanía interpretó la perseverancia de Roberto como ostentación.
Hasta que una húmeda tarde de noviembre tras una larga discusión, ella sacó las flores del jarrón donde solía ponerlas, para luego tirárselas a Roberto en la cara y finalmente, pisotearlas en el piso colorado del porche de su casa –todo esto al grito de “¡Y no te pienses que me vas a convencer con otro estúpido ramo de flores, infeliz!”-.
El bullicio llamó la atención de los vecinos que escudriñaban la escena cual clandestino culebrón, y susurraban (ilusoriamente, porque hasta los mismos protagonistas los podían escuchar) que “La chica era alérgica a las flores”, o que el muchacho “Tiene un affaire con la hija del florista” y esa era la razón de toda la pelea.
Luego de unos meses aquella pelea quedó desterrada de la memoria de la joven pareja. Nadie supo bien el motivo real de la pelea, menos aún Roberto, que un día se sorprendió ante el reclamo de su novia a la cual, nunca más le llevó flores luego de aquél incidente.
-¿Ya no me querés más, Roberto? ¿Qué te pasa? Antes no eras así, me prestabas más atención, me traías flores todos los días… Roberto… ¡¡¡Roberto!!! ¿¿ME ESTÁS ESCUCHANDO??
Roberto la escuchaba. Y no podía creer lo que estaba oyendo. La situación no daba para mucho más. La inseguridad de Estefanía y sus idas y vueltas ya lo estaban cansando. Decidió darle el gusto de volver a su antigua costumbre, pero no iba a gastar un solo centavo en los caprichos de su histérica novia.
Los primeros días optó por robar flores a los vecinos. Pero la verdad es que en ese barrio pobre y alejado de la urbanidad, había muy pocas plantas lindas, las calles eran de tierra y en las veredas casi no había follaje. En su lugar abundaban árboles frutales intermitentemente, algunos de frutas secas que poblaban el suelo en primavera. Pero las frutas no le servían a Roberto.
A las pocas semanas, de camino a la casa de Estefanía, pasó (como cada día que retomaba ese camino) por la entrada del Cementerio. ¿Cómo no se le había ocurrido antes? ¡Era la solución perfecta! Ni siquiera tendría que robar flores… recordó que muchos especímenes fabulosos que daban forma a las coronas funerarias eran desechados luego de los entierros, ya que luego del velatorio, no había lugar donde ubicar tantas flores.
De esa forma, entró al cementerio público en búsqueda de sus requeridas flores.
Pero no encontró nada. Era un pueblo chico, la gente no se moría todos los días. Su plan no era tan perfecto. Pero ya estaba ahí. Roberto decidió armar un ramo sacando, no más de una flor de cada nicho del sector más alejado de la entrada, desde donde no era visible para el custodio del lugar -que dicho sea de paso, era un viejito inofensivo, “Pero más vale prevenir que curar…”, pensaba-.
Así fue, que ocasión tras ocasión, robó flores de las tumbas para llevarle a Estefanía. Él se las llevaba y ella las recibía.
Llegó otro día en que la pareja discutió, esta vez a espaldas de los vecinos, y en forma definitiva.
Todo ese tiempo yendo a ese lugar desconocido, lo hacía pensar. Ahora estaba solo, la relación que tenía con Estefanía había muerto. Pero no había un lugar destinado a enterrar los amores, o las ilusiones muertas. Aunque las cosas venían mal hace rato en su relación, él estaba triste.
Volvió al cementerio vez más, no para robar flores, sino para devolverlas. Primero pensó en comprar varias docenas de claveles pero luego se dio cuenta de que el gesto era excesivo e iba a llamar la atención.
Decidió comprar una sola rosa. Era una persona muy extremista.
Al llegar a la zona última de nichos, debió decidir a quién dejar el delicado pimpollo.
Recordó uno en particular, de donde nunca había robado flores, porque siempre había estado abandonado. –“Margarita Sproat”, recordó- .
-Margarita, disculpame, te traje una Rosa. De haber sabido que la flor era para vos, te habría traído una margarita, pero lo importante es el gesto, ¿verdad? Margarita, mirá vos… cuántas habré deshojado…
“Me quiere… Mucho... Poquito… Nada… Me quiere…” jugaba en sus pensamientos. “¡Qué estupidez…! ¡Si las margaritas hablaran, estarían insultándome abochornadas por la tortura de desarmarlas!”
Roberto se despidió, sin saber muy bien de quién o de qué, pensando que no hay un lugar donde llevarle flores a una ilusión que murió. Y que las margaritas que desojamos, al igual que las tumbas, no dicen nada. Pero nuestro deseo de lo que queremos que digan, lo dice todo.

2 comentarios:

  1. Anónimo13:58

    Nena, no hay vez que pase y me dejes con alguna que otra cosita en la cabeza. POBRE MARGARITA QUE NADIE NUNCA LE LLEVABA FLORES!!!! ... A las penas hay que mostrarles la puerta de salida y darles una valijita para su nuevo viaje..no sin antes desearles mucha suerte ;), que nunca esta de mas y siempre se te devuelve..
    Y la histeria es mala compañera, solo arruina y complica... el nacimiento de una nueva sonrisa.. .
    Loca de mi alma te quiero michisimo!!!
    y ya que estamos de paso necesito verte y hablar unos tratos jijijiji sos mi perra favotita ;)





    Andrea alias Intrusa

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  2. Anónimo05:26

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